Equivocarse es un error y se sabe porque aún puedes intentarlo y claro volver a fallar, pero la derrota, la derrota es diferente. Es cuando ya todo está perdido, no hay nada que hacer y aceptarlo es el único camino.
Hace un tiempo sufrí una profunda tristeza, le perdí los colores y las ganas a la vida, los días sabían amargos, llevaba las polainas más pesadas en mis tobillos y muñecas y todo iba en cámara lenta… en fin, me encontraba en momentos tempestuosos como nos pasa a todos en la vida. Sin embargo aún era consciente de Jane, mi perrita. No podía imaginar un mundo donde ella viviera buscándome sin entender por qué la "abandoné", ella no entendía de muertes, era su mundo, su todo, y yo sentía que podía pasar las peores tristezas si ella estaba para ser abrazada, besada y dormir conmigo, tal como lo veía en ese momento, estábamos juntas contra un mundo terrorífico.
Me sentí realmente derrotada cuando en su último aliento y su mirada perdida en el infinito, abandonó este plano. Con un hueco sin sentido en mi estomago, y los ojos hechos agua, le cerré por última vez y para siempre sus ojitos.
Le perdí para siempre… mi mascota, mi mejor amiga, mi compañera, mi complice, y aunque yo no era su madre, ella si era mi hija. Perder a un ser querido de diferente especie y sin ánimo de comparaciones, es transitar sola, y no quiero decir que duele más pero sí diferente, porque no es entendible, no hay consuelo exterior como cuando una persona muere, que tienes a todos viéndote desmejorado e intentando levantarte para aceptarlo, entienden lo natural que es sufrir por ese duelo, pero con mi lomito, mi familiar de diferente especie, al leerme no evitan pensar… ¡es solo un perro!
La habían atropellado un día antes, todos los veterinarios juraban que se salvaría con una cirugía, muy cara para mis fondos, no importaba, había esperanza, había fe y yo iba a dar batalla, derrotada no estaba, hasta que un paro fulminante petrificó mi fe en miedo… escuché a la derrota silbar una canción…
Me dejó el corazón en los hueso, dijo Sabinas.
¡Oh Jane, y ahora a quién voy abrazar, dónde encontraré el consuelo!, le decía…
No evitaba pensar que todo era mi culpa por querer irme, por haber pensando en dejar el plano, ¿será qué al pensar en no quererte dejar, es la razón por la que te fuiste antes? Me torturaba. Realmente no quería irme, no quería que te fueras, en las tormentas que vivimos juntas me enseñaste lo capaz que soy de seguir adelante… yo tu alumna, tu la maestra. Me preparaste y me graduaste, ya no me siento sola y entiendo que los maestros están en todos lados, si tan solo te dejas enseñar.
Lo confieso, al principio el silencio fue apabullante, y no mejoró con el tiempo, aún.
Oh Jane… dejaste clara la lección más dura del apego, no es malo, pero si doloroso, y todos lo tenemos que pasar.
Ha sido un gran honor haber estado apegada a tan excepcional bestia que a pesar de su tamaño dejó tremenda huella en mi mundo, que coloreaste y sin duda mejoraste para mi.
Gracias, gracias, infinitas gracias!
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